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Rasgo Patriótico E-mail

Rasgo Patriótico (c.1808)*

 

 

Salus Reipublicae suprema Lex est.- Cic. Ilustres generosos chilenos: La época de la heroicidad y el entusiasmo, la edad en que a todas luces ha hecho ostentación de su ser la humanidad y el patriotismo; el tiempo de la ilustración; en fin, el siglo XIX, siglo de sucesos grandes, parece nos va aproximando el día tremendo que ha de ser decisivo de nuestra suerte; situación urgente y peligrosa! Pero así es, no tiene duda. Cualquiera que sea el colorido con que queramos disfrazar y cohonestar nuestra quietud, hay, sin embargo de los independientes, que determinando fijamente lo justo e injusto demuestran con no menor certeza las eventualidades y progresos de las cosas, no es necesario algún criterio muy fino, o algún  tino político sublime, para advertir que no estando nosotros exentos de la general conmoción, por algún privilegio divino o humano, en breve seremos los más desgraciados, o los más gloriosos habitantes de la América. Las convulsiones violentas del globo en el hemisferio opuesto, dejándose ya trascender, no pueden menos que transmitírsenos por una inesperada pero natural comunicación. Roma, la esclarecida Roma, hubiera tenido ciertamente que envidiarnos, aun en medio de su poder y fausto, la tranquilidad y sosiego que hemos disfrutado sobre trescientos años. Pero así como en ella no tardó en cambiarse tan risueño teatro, igualmente ha llegado tiempo en que seamos testigos de una grave situación en nuestro suelo. La dislocación del trono en Oriente y Occidente, la sucesiva mutación de entrambos dominios, y las guerras de los bárbaros, causaron en aquélla tan notable metamorfosis. Y en nosotros la traslación del cetro portugués de Europa a América. La pasmosa conmoción del continente, o Península española, y la guerra de unos enemigos mucho más cultos y tenaces que aquéllos, nos estrecha y prepara con señales nada equívocas a mudar de situación. Sí, amados compatriotas, el día se acerca, la fatalidad nos insta, y la gloria nos provoca todas las revoluciones del orbe. Las guerras, las sediciones, sus herejías, nunca han circunscrito sus efectos en los países donde se originaron; siempre se han comunicado por una especie de contagio a otras mil provincias y Reinos. Una progresión idéntica, con sus mejores consecuencias, han tenido el amor a la patria, el heroísmo y la generosidad. Sería un insufrible pedantismo meternos al panteón de la historia para persuadirnos de esta verdad interesante. No levantemos igualmente el telón al pasmoso teatro que actualmente nos presenta la España. Aquí, mi imaginación confusa, trepita; mi lengua titubea y la pluma alterada se resiste. Echemos sólo la vista en esa admirable transformación de la capital del Río de la Plata. Ella nos propone un comprobante, el más esclarecido, el más grande de los hechos memorables. Veréis sus habitantes oprimidos con el enorme letargo de la inacción; no despiertan hasta sentir sobre sí el fatal golpe del terrible Marte. Su primera sensación fué de pasmo. Y como pudo haberle sucedido el temor y servilidad, brotó el entusiasmo, creció el patriotismo, difundióse el generoso fuego en todas las familias; obtuvo el equilibrio de cada hombre formando un soldado, y en cada soldado nos presentó un héroe. ¡Qué ilustre y grandioso espectáculo! ¡Qué ejemplar tan brillante y halagüeño!- Habitantes todos de Chile ¿Qué ceguedad, qué sueño os oprime bajo el duro yugo de una quietud paliada? ¿La emoción de aquéllos tampoco os mueve? ¿La brillantez de sus hechos no os ilumina? Hasta ahora hemos representado en este continente vastísimo un personaje meramente pasivo, y mudado el teatro representaremos la misma escena? No, no; huya de vosotros toda inercia, parte natural del bárbaro egoísmo; constitúyase la unión, brote el entusiasmo, brille el patriotismo. Acordaos, nobles Chilenos, que holláis con vuestras plantas el famoso suelo de Chile; el móvil principal de vuestras operaciones, el amor a la patria. Pero creéis, acaso, que bajo el nombre de patria se entiende solamente la provincia, diócesis, lugar o distrito, donde cada uno nace? ¡Engaño lisonjero! La patria, a quien se han sacrificado las almas heroicas, y la que debemos estimar sobre nuestros propios intereses; en una palabra, la acreedora a todos los obsequios posibles cuyo amor han calificado con ejemplos, persuasiones y apotegmas, historiadores, oradores y filósofos, ella es aquel cuerpo político donde, debajo de algún régimen civil y una misma religión, estamos unidos con los vínculos más fuertes de una misma legislación. Así, la Nueva York, la Filadelfia, en fin todos los estados, pueblos y provincias, unidos el único blanco a que se dirige el amor del anglo-americano patriota. Las divisiones de un dominio en varias provincias, son muy materiales para que por ellas puedan dividirse los amantes corazones. Así que, contrayéndose a vosotros, qué obstáculo puede ser ese fragoso cordón de cerros para impedir los generosos esfuerzos de vuestra beneficencia para con Buenos Aires? Esta ciudad nobilísima es el primer objeto que se os presenta para los ensayos de vuestra gloria; socorredla en tan urgentes circunstancias, pues es obligación que os imponen los vínculos sociables, tanto en común como en particular. Es un acto religioso que os debe inspirar la humanidad dirigida por caridad evangélica, y finalmente es asunto gratísimo de honor a que os empeña el concepto y aprecio de la nación americana. En efecto: Chile, Buenos Aires, forman una parte no despreciable del Estado, el que debe ser el único objeto de nuestro amor patriótico y veraz. Los habitantes de ambas provincias estamos unidos con el más fuerte lazo que puede tener sociedad alguna. ¿Cómo podemos, pues, prescindir de unos deberes tan sagrados como urgentes, siendo miembros de un mismo cuerpo político y moral? Pero aun hay más, y es que nos debemos reputar miembros de una misma sociedad particular, la situación de ambas provincias persuade esta especialidad; la grande cordillera es una línea divisoria que nos ha dado la naturaleza; pero ésta se hace de poca consideración si no tuviéramos aquel motivo antemural que fabricado en los pechos de aquellos bizarros y magnánimos habitantes, es la rodela y el sostén que pone nuestros intereses en la mayor seguridad. Podrá tener un ciudadano ley más sagrada, ley más fuerte que aquélla que los compromete al total sacrificio de sus conciudadanos en obsequio de la patria y el Estado? Nó, que ésta es la suprema. ¿Y nos desentenderemos a su imperiosa voz? La humanidad, por otra parte, esa virtud, ese esfuerzo que el hombre hace sobre sí mismo con intención de agradar a Dios; ese sublime sentimiento que tanto acerca la criatura a su Creador; la humanidad, digo, nos empeña a sobrellevar el peso y molestia de los otros, y a que los pudientes aliviemos los apuros de los necesitados. Esta máxima, que en lo moral y político es interesante, en la religión es un precepto obligatorio. Su cumplimiento hace, por consecuencia necesaria, que toda nación deponga sus rivalidades, que todo país sea patria, y que todos coadyuvemos y propendamos a que se conserven en un todo ilesos los derechos de seguridad de quienes dependen los sagrados de propiedad y libertad, cuya reunión forma la felicidad brillante de los pueblos. Por esto, vuestras erogaciones para el socorro de la capital del Río de la Plata, al paso que harían honor a la sensibilidad de vuestros corazones, os harían cumplir con los deberes de la humanidad cristiana. No es menos grave el asunto de honor que se os presenta. Contribuir, erogar a proporción, hacer reiterados desembolsos a beneficio y sostén de Buenos Aires, han sido otros tantos rasgos de la libertad americana; como que parece que los pueblos, por más seguros e indiferentes, han formado competencia en demostrar sus generosos esfuerzos. Dígalo un Lima, un Potosí, un Oruro, un pequeño Mendoza; dígalo, en fin, todo un Perú y tantos millares de indios errantes, sin patria, fe ni religión. ¿Y Chile, en medio de tantas relaciones que lo estrechan, hará ostentación de su apatía e indiferencia? Qué? Chile permitirá, acaso, que la fama selle en los fastos de la historia una inacción capaz por sí de denigrar a sus futuras glorias? Oh! ¡qué idea insoportable! No: el honor media? Sí; pues basta.- El es el carácter distintivo del chileno.

Compatriotas amados: no hagáis caudal de sofísticos discursos de esas almas pequeñas que cuales serpientes envidiosas pretenden arrebatarnos el honor, por consultar la malignidad de sus intenciones, que no tienen otro objeto que su bien privado y personal. Oiréis, acaso, proferir a esos seudo-políticos, que pedir socorro para buenos Aires, es lo mismo que exigir de quien está viendo arder su casa vaya a socorrer de del vecino. Bravo desatino! Producción ridícula e impertinente! ¿Quién no advierte la distinta situación en que nos hallamos? No puede, y aun debe el buen ciudadano, tomando precauciones oportunas para su casa, evitar la ruina del vecino? ¿No debe…? Mas ellos han nacido para viles egoístas y vosotros para generosos patriotas; vuestra generosidad será una sola acción; pero al paso que con ella satisfaréis a los deberes sagrados de la sociedad, de la religión y del honor, producirá tres efectos grandiosos. Ejercitar una especie de superioridad, no desdeñándoos dar un implorado socorro; favorecer en urgentes circunstancias por medio de una señal de vuestros honrados sentimientos; en fin, proteger e inspirar vigor a los corazones si acaso todavía pusilánimes. Cualquiera de los tres fue siempre acción capaz de engrandecer a un héroe. Los tres juntos darán motivo para que el inmarcesible clarín de la fama haga resonar vuestro generoso nombre en lo más remoto de las generaciones venideras. Y cualquier enemigo advenedizo, conociendo que no sólo os ponéis en disposición de contrarrestar sus esfuerzos, sino que a expensas vuestras se sostiene una ciudad, objeto tantas veces de sus deseos, temblará en medio de sus proyectos; y si su temeridad osada le hace avanzar el congelado mar de nuestro Cabo y aportar a nuestras costas, entonces sí me prometo y lisonjeo, que presentaréis motivos de admiración al orbe dando la ley, y forzando a un arrogante y sórdido enemigo a doblar la rodilla sobre el escabel de vuestro trono.- El Patriota de Chile.



* Papel encontrado entre las pertenencias personales de Bernardo de Vera y Pintado durante el proceso iniciado en su contra en 1810. Su autoría se atribuye a Francisco Antonio Pinto.

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